viernes, 20 de abril de 2007

Trufi Anfibio


Este viaje no se podía llamar viaje sin esta travesía en “trufi”. Puedo decir que viajé en Bolivia en una camioneta anfibio.
Como venia contando llegamos a ultimo momento al cementerio en donde conseguimos de pura casualidad los últimos 4 asientos para viajar a Copacabana. La trufi, como le dicen ellos, tenia capacidad para 12 personas las cuales para entrar debían viajar bastante apretadas. Todos los bolsos iban arriba en una parrilla que tenia el techo donde estaban todos atados con soga y por si llovía le pusieron una lona. Por suerte había sol.
Cuando nos dijeron de subir para arrancar, nos mandaron a la última fila de asientos donde entraban solo 3 personas por lo tanto uno de nosotros iba en la anteúltima fila. La guitarra, la matera y por supuesto mi maquina de fotos no podían viajar en el techo así que las subimos con nosotros, o sea nos apretamos mas.
Según lo que nos habían dicho en “la Terminal” el viaje no duraría mas de 2 o 3 horas.
Apenas subí agarre mi libro y aproveche los últimos rayos del sol para leer, aunque el paisaje de el Alto me desconcentro bastante. Era bastante peculiar, por lejos la zona mas pobre que me ha tocado ver.
Salimos a la ruta y comenzamos este alocado viaje. Entre el olor, el calor y la lluvia que amenazaba en el horizonte a mojar nuestras mochilas no desesperamos. Yo, para mi suerte, me quede dormido. Los demás siguieron entre charlas haciéndose nuevos amigos. Yo iba sentado en la esquina izquierda del fondo de la camioneta donde esta la chapa levantada de la rueda por lo tanto tenia un desnivel en mis piernas que generaba, junto con el asiento de adelante que se me incrustaba en las rodillas, que se me duerman ambas piernas. Cuando me desperté aproximadamente 1 hora después de arrancado el viaje no sentía ninguno de mis miembros inferiores. Me resigne sabiendo que no estaba cerca de llegar y pensé que tarde o temprano se despertarían.
Mi despertada fue un poco rara ya que fue acompañada por un fuerte ruido de bocina. Yo había pensado que los bocinazos se habían acabado una vez que salimos de La Paz pero noto que es lo mas común entre los conductores de ese país.
El bocinazo era dirigido a un auto que venia perfectamente por su carril en la mano de enfrente, nuestra trufi en cambio, venia con unas casi imperceptibles luces y por la mitad de la ruta. Casi a 1 metro de colisionar con el vehiculo que venia, la trufi se hizo a un lado y tomo su posición natural en la ruta. La ruta no ayudaba mucho ya que no estaba muy marcada, por no decir que no tenia ni 1 señal. Nosotros un poco asustados por ese acontecimiento empezamos a hacer chistes sobre la forma de manejar de nuestro chofer aunque llegamos a la conclusión que iba a ser el único acercamiento a un accidente en ese largo e intenso viaje.
Nos confundimos con nuestra acelerada conclusión, faltaba mucho camino por recorrer y muchísimos accidentes por esquivar. Como dije antes les agrada realmente tocar la bocina, hacen esto en vez de utilizar las señas de luces, por lo tanto cada vez que la tocaban, el corazón de los 4 se sobresaltaba. Nuestras caras eran de susto y rápidamente buscábamos con la mirada el auto de enfrente para ver si era ese el momento de estrellarnos o no.
El dato mas curioso fue cuando, con la oscuridad total que cubria el camino, nuestro conductor comenzó a tocar bocina y mirando hacia el frente notamos unas pequeñas luces que venían. Esto ya se había convertido en costumbre para ese momento del viaje aunque para sorpresa nuestra esta vez había un infiltrado en la cuestión. Un peatón en el medio de la ruta intentaba sacar con su pie una pelota de fútbol, parecía tímido el movimiento ya que solo asomaba 1 pie a la ruta como cuando alguien desde el borde de una pileta intenta sacar algo de ella. El efecto era muy parecido al que digo, cada vez que tocaba la pelota con la punta de su pie esta se metía mas adentro, parecía como que el asfalto le tendía una trampa mortal a este peatón ya que venían los 2 autos, uno de cada dirección a atropellarlo y dejarlo tirado ahí en medio de la mismísima nada. Por suerte para él saco el pie justo a tiempo para que nuestra trufi pase por encima la pelota. Rápidamente nos dimos vuelta para ver que había sido de el y lo vimos agachándose para recogerla de la mitad de la ruta.
Nuestro viaje siguió con la misma normalidad o mejor dicho anormalidad. Llegamos a un pueblito en una de las tantas orillas del Lago Titicaca, nuestro conductor nos avisa que tenemos que cruzar hacia la otra orilla del lago para llegar a Copacabana, lo único que no nos dice es como lo haremos.
Eran las 10 de la noche y bajo la oscura noche lo único que había era agua que caía de manera torrencial. La trufi no bajaba su velocidad y encaraba derecho al lago. Nosotros algo preocupados, aunque no mucho después de todos los acontecimientos de ese viaje, empezamos a mirar si había algún tipo de transporte para cruzar. De repente surge de la nada una balsa de madera que, sin mentirles les digo, eran unas cuantas maderas juntas que viéndolas desde nuestra perspectiva parecían un muelle ya que a los costados tenia algunas llantas de auto. Faltando 10 metros para llegar a la “balsa” le preguntamos al chofer si eso nos iba a cruzar a la otra orilla, dijo que si, y si teníamos alguna posibilidad de bajar a mear, a lo que el contesto negativamente.
Estábamos casi seguros que la balsa no nos aguantaría ni un poco, tampoco entendíamos como haríamos para cruzar dentro de la trufi encima de esa balsa sin motor hasta la otra orilla. En esos últimos 10 metros el conductor hizo una maniobra tan rápida que no nos dio tiempo a hacer nada, acelero y faltando tan solo 1 metro para que la trufi haga contacto con la balsa, apago la trufi. Ese fue el envión de la balsa para salir del muelle, nosotros no salíamos de nuestro asombro. La pequeña balsa comenzó a navegar por el medio de aquel gigantesco lago en donde las gotas de lluvia rebotaban tan fuerte que hacia parecer que llovía desde abajo hacia arriba. El pequeño pueblo se alejaba y no reconocíamos la otra orilla. Unos minutos después vislumbramos a lo lejos unas pequeñas luces y escuchamos ruido de un pequeño motor. No sabemos si es que la balsa estaba siendo remolcada o si tenía motor, eso ya no nos importaba, solo queríamos llegar a destino.
Llegamos a la orilla y vemos como la balsa estaciona dejando a la camioneta mirando con la parte trasera hacia la salida. Segundos antes de que nuestra embarcación toque el muelle nuestra trufi ya había sido encendida y en el mismo instante que la balsa freno, la camioneta salio disparada. Ahora solo faltaban 30 minutos para llegar a destino así que nos relajamos y empezamos a disfrutar del increíble paisaje que teníamos por este nuevo camino, por suerte mucho menos transitado.
Para alegrar y levantar a la gente comenzamos a cantar. Lentamente nos empezaron a pedir nuevos temas, algunos que no conocíamos o no sabíamos la letra. El suceso mas gracioso con esto fue cuando nos pidieron una canción del autor de Juan Boliche y otros grandes éxitos (perdón que no lo nombre pero es muy piedra) y, con Toro nuestro flamante compositor a la cabeza, cantamos una canción de Callejeros. Toda la gente no entendía nada pero como no conocían el tema no dijeron nada y se creyeron nuestra mentira.
Guardamos todo porque llegamos a Copacabana, eso ya es otra historia.

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