lunes, 4 de agosto de 2008

Viaje a lo desconocido

Blanco blanco, raya; blanco blanco, raya y así sucesivamente. Cada tanto una incandescente luz que ciega mis ojos. Escucho voces pero no veo nada más que ese material blanco encima mío que cada tanto es cortado horizontalmente por una raya. Girando un poco mi cabeza hacia la izquierda me encuentro con un largo caño metálico de un grosor no mayor a mi dedo meñique, que sube en dirección al fondo blanco, en su extremo superior tiene un gancho en el cuál cuelga una bolsa transparente con una especie de líquido similar al agua. Desde la bolsa desciende un fino tubo de plástico translúcido que termina, pegado con una especie de cinta adhesiva, en mi muñeca y que se pierde en una de mis venas. Siento un frío intenso recorrer por debajo de mi piel, desde la muñeca hasta el codo.

Siguen las voces ahí y no puedo transformarlas en caras, solo son voces.

Mi sospecha de que estoy en movimiento al ver pasar sucesivas rayas en forma horizontal sobre mi se disipa al momento de sentir un leve viento sobre mi mentón. No siento adrenalina por la velocidad, si por la curiosidad. Solo entiendo que me muevo y que voy hacia lo desconocido.

Como un golpe, la luz natural del día cierra mis ojos y no me deja ver nada, consigo abrirlos nuevamente y veo cielo, nubes y… edificios! Sí, edificios, no lo puedo creer estoy en la civilización y no lo había logrado notar. Las voces ahora me persiguen, las siento siempre a una misma distancia.

No avanzo mas, escucho algunos extraños y metálicos ruidos. Comienza a desaparecer el cielo sobre mí y ahora veo el blanco metal del techo de algún tipo de automóvil. En la soledad y el silencio de ese espacio me sacudo para liberarme de las ataduras que tengo en las manos y en los pies, es demasiado tarde, una sirena ensordecedora comienza a gritar, se que estoy en movimiento nuevamente. Las voces, ya no se donde fueron. La desesperación me aturde y me rindo al cansancio, me duermo.

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